Con la educación ambiental pretendemos formar personas respetuosas con el medio ambiente y capaces de actuar consecuentemente, ¿verdad? ¿Y no es cierto que respetamos de forma instintiva todo aquello que amamos? Entonces... ¿Por qué no tratar de enamorarnos de la naturaleza?
Cuidar el medio ambiente si no nos gusta, ni nos sentimos vinculados a él, es infructuoso. Esta concienciación sin amor, a la larga se convierte en unos pocos hábitos que haremos de manera rutinaria en el mejor de los casos, y a menudo caerán en el olvido al mínimo esfuerzo que requieran por nuestra parte.
Las actividades de ocio y tiempo libre tienen un potencial educativo que no presenta el sistema educativo. Se trata de la vivencia, de desarrollarse en escenarios naturales que permiten ese acercamiento. Me estoy refiriendo a las excursiones, marchas de varios días y campamentos tradicionales en plena naturaleza.
El enamoramiento se produce cuando el educando se deja seducir por lo natural; pero las armas de seducción de la naturaleza no funcionan “ex situ”. Es necesario integrarse en ella y dejarse llevar por los sentidos. De esta manera el educando se convierte en espectador de una hermosa película.
Hasta aquí parece fácil, pero nos encontramos una pega: la atrofia sensorial que padecemos. Acostumbrados a no depender de todos nuestros sentidos, se hace necesario un trabajo de sensibilización, que no es más que abrir todos nuestros sentidos para ser capaces de percibir la naturaleza en estado puro.
Una vez somos capaces de sentir y nos sentimos seducidos, llegamos a lo profundo. No nos basta con quedarnos con la apariencia, con las sensaciones. Hay que recordar aquello de “el envoltorio no es el regalo” o “la belleza se encuentra en el interior”. Y en nuestro caso la belleza se encuentra en descubrir la trama de la película, las relaciones entre los elementos de la naturaleza y su relación con nosotros. Es aquí donde empieza la interpretación...
El reto de la educación ambiental en las actividades de ocio y tiempo libre pasa por mantener las experiencias de contacto íntimo y afectivo con la naturaleza, necesarias para que se produzca dicha seducción. Es necesario que los chavales hartos de ciudad sigan siendo investigadores de un mundo lleno de enigmas, sorprendiéndose con el canto de los pájaros, sintiendo el frescor del rocío por la mañana, escurriéndoseles las ranas de las manos y asustados por los sonidos de la noche al dormir al raso.