Me pasa a menudo. Con mis alumnos de la Universidad, en las entidades con las que colaboro, o entre la gente que puedo encontrar aquí o allá. De repente, conozco a alguien, hablo cinco minutos y lo tengo claro: ha sido monitor.
Es una sensación difícil de definir pero estoy seguro que a muchos de vosotros os habrá pasado. No sé si es por alguna palabra que ha utilizado, por la forma de expresarse o por cómo interactúa con su entorno pero mi “detector” de la gente que ha estado en un centro de tiempo libre, no suele fallar. Como tampoco falla un ingrediente que todas estas personas llevan incorporado, formando parte de su ADN: el compromiso.
Os propongo un ejercicio: intentad recordar la primera vez que os involucrasteis activamente en alguna causa. Quizá fuisteis monitores, o quizá formasteis parte de algún grupo de solidaridad, o simplemente recogisteis alimentos en alguna campaña para las personas más necesitadas de su barrio durante aquel invierno tan frío. De hecho, estoy convencido de que la mayoría de los que me estáis leyendo llevais tan incorporado el compromiso dentro de vosotros que se os hará difícil visualizar la primera vez que pusisteis vuestro grano de arena para contribuir a la mejora de su entorno.
En unos momentos tan complicados como los que estamos viviendo; con una situación de crisis que está golpeando amplias capas de nuestra sociedad; con unos poderes públicos que no pueden o no saben dar la asistencia básica que las personas más desfavorecidas necesitan, es en este contexto donde más falta hacen los auténticos expertos en compromiso. Y de eso los monitores de tiempo libre saben un montón.
No se trata de dar lecciones a nadie, ni de recordar que cuando se hablaba, con tanta injusticia, que los jóvenes pasan de todo, nuestro país ya disponía de miles de monitores y monitoras que daban horas y horas de forma altruista por educar a nuestros niños y jóvenes, no es tiempo de colgarnos medallas, que eso no lo sabemos hacer.
Es la hora de seguir actuando. De seguir haciendo el buen trabajo de siempre. Poner la educación en el tiempo libre al servicio de una sociedad que lo está pasando muy mal. Abrir nuestros centros a las familias que más sufren. Enredarse con el resto de asociaciones de nuestro barrio o pueblo que también trabajan para hacer que el mundo que nos ha tocado vivir, sea cada día un poco más justo.