A menudo, cuando queremos trabajar el trascendente con nuestros niños y jóvenes, buscamos cuál es el texto o la canción que nos puede ayudar más. Intentamos encontrar aquel recurso infalible que desencadenará un “clic” personal y espiritual en las personas con las que estamos. A pesar de que algunos recursos nos puedan ayudar en ciertas ocasiones, debemos tener claro a dónde queremos llegar –también en el desarrollo del trascendente- y cuáles son los caminos y medios que más nos pueden ayudar.
Como monitores de tiempo libre, no podemos dejar escapar el mejor recurso, aunque a menudo algo olvidado, de todos los que podemos disfrutar: la naturaleza. Si bien nos puede parecer un magnífico espacio donde descubrir, por ejemplo, la diversidad de la flora y fauna o desarrollar la autonomía personal y grupal, tampoco podemos olvidar que es el escenario privilegiado para trabajar el trascendente. Es decir, para entrar en contacto con aquello más íntimo del propio yo, en silencio, y sentirse sobrepasado por tanto amor vivido y recibido de tantas situaciones y personas concretas.
Debemos vivir la naturaleza como un espacio en el cual poder parar, reponernos, contemplar, alejarnos de la cotidianidad para tomar conciencia de todo lo que soy y disfruto. De todo aquello que conforma –me da forma y configura- mi vida, la propia existencia. De toda la vida y todo lo que la llena de sentido, de todas las personas que me ayudan a hacer de mi persona aquello más auténtico y valioso. Y dejar, sencillamente, que brote y crezca el agradecimiento.
La naturaleza también es un espacio magnífico para volver a nuestras raíces, en un estado más primitivo y menos acomodado. Y es a partir de ejemplos como bañarse en el río, cenar con los últimos rayos de sol, mirar las estrellas por la noche, levantarnos bien temprano para salir de excursión, que entramos en contacto con otro ritmo: el ritmo de la naturaleza; un ritmo que no controlamos.
Sin embargo, alguien podría preguntar: ¿Es un pequeño oasis todo esto? ¿Es todo esto un ingenuo paréntesis existencial? El reto, desde mi punto de vista, está en trabajar el trascendente para que no sea como una estrella fugaz sino más bien como una escuela de agradecimiento y vida donde aprender a disfrutar del silencio. Un silencio lleno de la melodía de la naturaleza, lleno de tantos minutos de silencio en las cimas, que esperamos que conforme la mejor de las melodías y nos acompañe en el ruido de la gran ciudad. Seguramente, con este trabajo pequeño pero constante conseguiremos que niños, niñas y jóvenes lleguen algún día a vivir y a trasladar todo el trascendente trabajado en la naturaleza hacia nuestra cotidianidad urbana.